A menudo nos sorprende que algunas personas sean capaces de actuar de manera adecuada ante situaciones difíciles, con independencia de su cultura, su posición social, su estrato económico, su experiencia o incluso su inteligencia. ¿A qué se debe? La respuesta es: a la inteligencia emocional.
Todos conocemos personas que se relacionan bien con los demás, que saben ser conciliadoras, superar las adversidades, sentirse bien consigo mismas, mostrar empatía y encontrar soluciones creativas a los problemas. A veces, no sabemos por qué esas personas, que no son más inteligentes, ni más atractivas, ni mejor preparadas, generan una especie de bienestar a su alrededor y consiguen que sus opiniones sean reconocidas por la mayoría.
Son personas con una gran inteligencia emocional, es decir, hombres y mujeres que saben interactuar con el mundo que los rodea, teniendo en cuenta los sentimientos de los demás, controlando sus propios impulsos, poniendo pasión en lo que hacen y con rasgos personales tan valiosos como la empatía, la compasión o el altruismo.
La inteligencia emocional
La inteligencia emocional es un concepto que lleva casi treinta años arraigado en la sociedad. Daniel Goleman, aunque no fue el primero en describir esta destreza, sí popularizó su importancia gracias a libros de éxito editorial como La inteligencia emocional y La inteligencia emocional en la empresa.
Las emociones no se pueden fingir; lo sabemos porque nos cuesta aparentar alegría cuando estamos tristes o porque detectamos la falsedad en los impostores. Y tampoco se deben reprimir. Pero sí se puede, y se debe, aprender a gestionarlas.