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Se dice a menudo que las mujeres que alcanzan puestos directivos no se apoyan entre sí, sino que rivalizan entre ellas. Puede que esa afirmación solo sea una más de las desacreditaciones de la sociedad patriarcal en la que vivimos. O puede que tenga sus razones.
En Europa, solo el 14% de los puestos en los consejos de administración están ocupados por mujeres. Las cifras nos dicen que aún queda un largo camino por recorrer y que, entremedias, debemos deshacer los estereotipos que afirman que las mujeres no nos apoyamos.
La sociedad en la que nacemos es competitiva, nos enseña desde la infancia que tenemos que ser los mejores y luchar por los primeros puestos. Somos muchos y el pastel para repartir es muy pequeño.
Sin embargo, las niñas aprenden pronto que su rival no es el hombre porque no van a poder competir con él: sus padres, sus maestros, todo el mundo considera que un niño es valiente y fuerte, mientras que una niña no pasa de ser una bella princesita. Con el tiempo, muchas mujeres han interiorizado que tienen que ser competitivas, sí, pero han asumido que no deben serlo en relación con los hombres, porque ellos ya nacieron con el papel protagonista asignado. Por lo tanto, solo les queda competir con otras mujeres.
No es esta mi experiencia. Siempre he trabajado muy a gusto con mujeres y, en la medida de mis posibilidades, he contribuido colocarlas en la posición que merecen.