Como emigrante me siento impactado por la ola de xenofobia que recorre América Latina en las últimas semanas, sea en Costa Rica —con acciones de rechazo a los nicaragüenses— o en Brasil —hacia los venezolanos que huyen de su país.
Quizás la marcha de miles de personas intentando salir por las fronteras, genere temores en los países vecinos, pero la respuesta a la incertidumbre no es en ningún caso la agresión física. Ante una crisis tan grave, la acción humanitaria ha de ser concertada entre todos los gobiernos, para encontrar rápidamente soluciones responsables. No caben las expresiones xenófobas ni los episodios violentos.
La palabra xenofobia, que viene del griego xénos: extraño, extranjero, y phobos: miedo, se fundamenta en el temor a lo desconocido. Aquí entran en juego nuestras creencias preconcebidas, los prejuicios y la desconfianza hacia lo ajeno. Como decía el escritor inglés William Hazlit, "el prejuicio es hijo de la ignorancia".
Algunos xenófobos de nuestro tiempo fueron emigrantes o descendientes de estos, y se marcharon de sus países en busca de mejores oportunidades. ¿Quién no tiene un familiar residiendo en otro país?